La alegría de Caná
Andaba yo el otro día pensando cómo es eso de que, más allá de algunos días de “alegría oficial” (como podríamos la Navidad, la Nochevieja o el Carnaval), o los días en los que “oficialmente” tenemos que demostrar nuestro amor (día de los Enamorados) o cualquier otro sentimiento, ahora parece que también hay un día de tristeza o melancolía “oficial”, que los expertos han denominado “blue Monday” y que es el tercer lunes de enero, un lunes especialmente penoso porque ya pasaron los excesos de las Navidades, quizá los buenos propósitos del año nuevo ya han fracasado con lo que tendemos a la desesperanza o a la desmoralización, hace frío y se ve lejísimos la próxima fiesta, puente o vacaciones. Se da la circunstancia de que este “blue Monday” ha coincidido este año con mi cumpleaños, y aunque trataba de pensar que eso es suficiente motivo para convertirlo en un día alegre, se ve que los algoritmos que ordenan día triste se imponían, pues después de todo, aunque como siempre digo es mucho mejor cumplir años que no cumplirlos, a cierta edad el cumpleaños nos lleva siempre a pensar en el inexorable paso del tiempo, en lo que llevamos aquí (cada vez más) y lo que nos queda (cada vez menos), así que no había manera de quitarme de encima el abrumador sentimiento pesimista.
Fue entonces cuando escuché otra vez la lectura de las bodas de Caná, y esto me alegró. Es uno de mis pasajes favoritos de los Evangelios, ya que nos transmite tantos sentimientos positivos. El mismo Dios, a quien suponemos omnisciente y conocedor de todo lo que va a suceder, y muy especialmente del plan de la salvación por él mismo diseñado, está dispuesto a improvisar y cambiarlo sobre la marcha. Por supuesto, un cambio de este calibre en la propia voluntad de un ser omnipotente requiere un argumento de peso, y aquí se aprecian tres, que deberíamos tener muy presentes para aplicarlos siempre en nuestra vida. En primer lugar, nunca le niegues a tu madre nada que te pida (tan segura estaba María de que así actuaría Jesús, que hizo caso omiso a sus reparos para decirles directamente a los que atendían la boda: “haced lo que Él os diga”). En segundo lugar, pocas cosas más valiosas que la amistad. Por un amigo, si es de verdad, se hace lo que haga falta. Y en tercer lugar, no es concebible una boda sin vino. Antes que permitir una boda con agua, se adelanta un poco lo que podemos llamar “tercera Epifanía”, que a fin de cuentas se trata de un ajustillo de calendario. Y una cosa más: lo que vas a hacer, hazlo bien. Si tienes que convertir el agua en vino, y tienes el poder para elegir… no hagas algo para salir del paso, sino un caldo que deje en poca cosa al mismísimo Vega Sicilia. Que luego lo vas a degustar, y ya puestos…