Libros de mi vida: Luces de Bohemia

Libros de mi vida: Luces de Bohemia

Inicio esta nueva “miniserie” de “Miraderos”, a la que, como a todas las demás, iré dando continuidad “a salto de mata”. Y lo hago porque, casi al vuelo, he captado la breve noticia de que este año se cumple el centenario de esta obra maestra de Valle-Inclán… y mi mente se ha llenado de recuerdos. No sé si mi generación leía mucho más, pero recuerdo perfectamente haber dedicado buena parte de mi infancia y adolescencia a la lectura de tantas y tantas obras que estudiábamos en el colegio. Muy pronto me aficioné a casi todos los escritores de la Generación del 98. Recuerdo -y conservo- esas buenas y económicas ediciones de Cátedra o de Austral. “Luces de Bohemia” lo leí en esta última editorial. Varias veces. Y desde luego me marcó. Recuerdo literalmente tantas de sus frases (y a los profesores que nos las explicaban, en este caso especialmente a mi añorado Luis Lorente). Nacía el esperpento, inspirado en las deformaciones que provocaban los espejos cóncavos del Callejón del Gato. Reflejado y definido por el propio escritor gallego, en las conversaciones entre Max Estrella y Latino de Híspalis: “Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada…”.

Libros de mi vida: Luces de Bohemia

La idea era, pues, la deformación de la realidad, de esa realidad trágica que le tocó durante tanto tiempo vivir a España: “Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España”. Lo grotesco como idea y como forma, que daba lugar a una manera de expresarse que no podía sino sorprender e impactar a aquel niño que se iniciaba en la lectura de don Ramón María. Las conversaciones te atrapaban desde el primer momento, hasta el punto de llegar de algún modo a “habitar” las calles, callejones y lugares de aquel Madrid bohemio, imposible y ya desaparecido en aquellos años 80 del siglo XX, pero cuya huella estaba y está presente. Aquel joven lector crecía en una España que iniciaba en todos los sentidos su mayor desarrollo de toda la Edad Contemporánea, que lograba dejar atrás todas sus pesadillas y todas sus tragedias, y que se disponía a conquistar la modernidad, a imponer la razón sobre la superstición (nuestra Ilustración no había sido lo que fue en otros lugares), a superar de una vez nuestros fantasmas y nuestro fatalismo. Y sin embargo… ahí estaba todavía el esperpento, pisándonos los talones, como una realidad nunca del todo ajena, nunca del todo superada. Valle-Inclán lo supo plasmar como nadie, dejando la mejor radiografía de esa España trágica. Así que solo me queda cerrar este pequeño homenaje diciendo a este gran autor: “Eres genial. ¡Me quito el cráneo!”

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