Corregir al que se equivoca

Gracias por corregirme

Ya he escrito alguna vez que siempre he pensado que la labor de los profesores consiste en buena medida en la práctica de algunas de las llamadas “obras de misericordia espirituales”, y en especial “enseñar al que no sabe”, “dar buen consejo al que lo necesita” y “corregir al que yerra”, aunque también toca a veces “consolar al triste”, y desde luego, siempre “sufrir con paciencia los defectos del prójimo”. Claro es que estas son buenas prácticas que a todos toca llevar a cabo en alguna ocasión, pero no me negarán que quienes nos dedicamos a la docencia tenemos como cometido principal la primera de las citadas, y nuestra labor se relaciona también bastante con las demás. Hoy quiero centrarme en eso de “corregir al que yerra”, que bien entendido es, por tanto, una muestra de caridad y de amor al prójimo. A quien se le corrige justificada y moderadamente se le está ayudando a mejorar, a no volver a incurrir en el error, y no olvidemos que “errare humanum est, sed stultorum in errore perseverare”.

Sin embargo, aunque tal vez sea una percepción subjetiva, me da la sensación de que cada vez mostramos menos tolerancia ante la corrección, venga de quien venga, e incluso si procede de quien tiene esencialmente la función de corregir. Por supuesto, tengo plenamente asumido que están felizmente superados los tiempos de “la letra con sangre entra”, y que todo funciona mejor cuando se utiliza el llamado “refuerzo positivo”, enfatizando mucho más lo que se hace bien que aquello en lo que alguien se equivoca. Pero a veces no queda otra opción que corregir, eso sí mostrando la opción correcta. También sé que vivimos tiempos de relativismo, y yo mismo me considero “relativamente relativista”, y además me dedico a un sector de la ciencia (el Derecho Constitucional) en el que cada vez más parece que todo puede ser opinable. Pero se mire como se mire, hay siempre algunos elementos objetivos, datos incuestionables, verdades que hay que conocer. No todo vale, e incluso en lo que resulta opinable, hay ciertos parámetros y pautas metodológicas para el debate. Ya decía Machado aquello de “¿Tu verdad? No, la Verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. Yo no sé hasta qué punto esa Verdad existe, pero creo que he aprendido a aprender mientras enseño, y eso implica reconocer cuando he estado equivocado, y agradecer a quien me ha hecho verlo. Y eso vale también para cuando estoy ejerciendo mi función docente. Siempre se enseña y siempre se aprende algo, pero hace falta tener una actitud receptiva.