La Habana
Es, para mi gusto, la ciudad con más sabor del continente. Es un lugar único e irrepetible por todo un conjunto de factores. Por un lado, por su pasado colonial reflejado sobre todo en un centro histórico bien interesante, “la Habana Vieja”. Por otro, porque su historia más reciente, a partir de la llamada “revolución”, si bien ha dañado al país al privarlo durante décadas de un régimen democrático y garantista de los derechos, ha tenido en La Habana el curioso y paradójico efecto de “congelar” el tiempo en muchos aspectos. De este modo, la ciudad muestra una extraña e irrepetible fisonomía, donde son comunes los edificios y los coches de los años 50 del siglo XX, y es así fácil contemplar increíbles “Cadillacs” o “Chevrolets”, que en otros lugares del mundo sólo pueden verse ya en las películas, y que siguen funcionando gracias al increíble ingenio de los cubanos para –entre otras muchas habilidades- cuidar y mantener motores. Todo ello se conjuga con el estilo sorprendentemente soviético de otros edificios y espacios, en particular los próximos a la Plaza de la Revolución, que parecería un entorno propio de una ciudad ubicada más allá del telón de acero en los años 60, de no ser porque el clima y la mítica silueta del Che nos recuerdan que estamos en la mayor de las Antillas.
Sólo con lo anterior, La Habana sería ya una ciudad única e irrepetible. Pero por encima de todos esos factores, son sus gentes los que crean un lugar fantástico, lleno de encanto, de romanticismo, de pasión. Ese carácter abierto e ingenioso, esa amabilidad, esa simpatía y ese cariño innato dan a la ciudad su más marcada personalidad, contribuyendo –junto al mismo clima- a que el comunismo haya resultado mucho más llevadero en el Caribe que en Siberia. Esa forma de ser, unida al exotismo propio del lugar, hacen que La Habana sea la ciudad del color, del sabor y del olor. En efecto, es ésta una ciudad para oler… y para saborear. Para paladear cada uno de sus encantos, desde el mojito o el daiquiri hasta el Tropicana, desde el “Floridita” o “la bodeguita de en medio” hasta el fascinante Malecón, acaso el paseo más hermoso del mundo, donde el encanto del mar se une a la vitalidad exuberante y contagiosa de sus gentes. Y es que, tratándose de “saborear” ciudades, primero está La Habana, segundo La Habana, y luego todas las demás.