Federico
Para España, y para el mundo, es Bahamontes, “el águila de Toledo”. En Toledo, siempre ha sido simplemente “Federico”. Si hay un ejemplo de leyenda viva, es él. Vivo, porque acaba de cumplir 91 años, pero le seguimos viendo, al menos hasta hace bien poco, en alguna entrevista o programa de televisión, y también, por supuesto, en las calles de Toledo. Leyenda, porque sobre una historia real se ha ido construyendo un auténtico relato épico. Su historia siempre comienza poniendo de relieve sus orígenes humildes, sus duros trabajos en la postguerra en Toledo como carretillero, su formación como ciclista a base de idas y venidas desde los pueblos de la provincia y por las calles de nuestra escarpada ciudad imperial… Su leyenda se agiganta con aquellos episodios del Tour de Francia, entre los que adquirió fama mundial el caso del helado de dos bolas que se comió en la cumbre mientras esperaba a los demás ciclistas a los que había aventajado dos minutos en la subida (en realidad, parece que una avería en la rueda hizo poco aconsejable bajar en solitario, pero… la versión que dio la vuelta al mundo imaginaba una especie de alarde de superioridad). Estos y otros episodios, así como su corona en el Tour (primera conseguida por un español, en una época en la que nuestros éxitos deportivos estaban en general bastante lejos de los actuales), o la reiteración con la que logró ser el “rey de la montaña” -es sin duda uno de los mejores escaladores de todos los tiempos-, configuran sin duda un perfil impresionante, objeto de la admiración propia de los campeones, pero también de las personas que evidentemente han cimentado su éxito en un sacrificio más allá de lo común.
Con todo, Federico siempre ha sido una persona sencilla, un toledano más, que vive con total normalidad. Acabada su carrera como deportista profesional, siguió décadas ligado al ciclismo gracias a su tienda en la plaza de la Magdalena, y sobre todo como organizador de la vuelta a Toledo. Nunca ha renunciado a algunas apariciones públicas, pero no ha buscado especialmente el foco. Ha opinado con libertad sobre lo que le ha apetecido, y no ha vuelto a ser protagonista, más que en puntuales momentos, y de difusión reducida. La ciudad de Toledo, entre otros homenajes, en el año 2018 (¡más vale tarde que nunca!) le ha dedicado esa bella escultura ubicada junto al Miradero, obra del valenciano Javier Molina Gil, y que a mí me ayuda a imaginarme no tanto al ganador del Tour, sino sobre todo al joven que empezó a utilizar la bicicleta para llevar y traer cosas o hacer encargos por las empinadas cuestas de nuestra ciudad, como forma de ganarse la vida. Muchas felicidades, campeón.
Fuente de la imagen: https://as.com/ciclismo/2018/07/08/tour_francia/1531084551_779478.html