Valores europeos
Es curioso cómo en ocasiones se produce una vinculación más o menos estrecha entre determinados valores políticos, cívicos y democráticos y cierta identidad o conciencia ciudadana. Así, por ejemplo, la democracia y los derechos podrían entenderse -al menos en el mundo que yo he conocido- como valores universalmente admitidos. Esta idea tiene desde la creación de la Organización de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 un claro fundamento. Pero no hablamos de algo muy diferente cuando nos referimos a “valores europeos”, e incluso algunos países como Reino Unido o Estados Unidos han asociado desde hace mucho esos mismos valores a su propia identidad nacional. Otros países, en cambio, han tenido que acudir a la idea del “patriotismo constitucional” para crear ese tipo de vínculos, porque acaso no se percibían de forma tan nítida. El caso es que, en este contexto, muchas veces se cuestiona la mera posibilidad de que existan realmente unos valores europeos, identificables como tales.
Creo que algunos acontecimientos de los últimos días apuntan a que esa cuestión tiene una respuesta afirmativa. Sí hay valores europeos, y por ello el Consejo de Europa ha suspendido a Rusia en su pertenencia, porque es evidente que sus actos recientes se han alejado demasiado de estos. Sí hay valores europeos, y el presidente ucraniano (y seguramente la mayoría de los ucranianos) lo tienen muy claro, porque quieren participar de esos valores. Porque la Unión Europea, si bien más reducida que el Consejo de Europa y con fines específicos, comparte también esos valores. Por ello fue memorable la sesión del Parlamento europeo en la que Zelenski pidió entrar en la Unión y proclamó solemnemente que su país comparte esos valores, como lo fue el discurso de Borrell, o la afirmación de Ursula von der Leyen en el sentido de que Ucrania pertenece a “nuestra familia”. Sí, es precisamente la creencia en esos valores lo que une a los países de una Unión habitualmente lenta, torpe y dividida en tantas otras cuestiones. Y ciertamente la burocracia europea llega a ser exasperante, y los ucranianos no pueden en este momento vivir de “discursos memorables”. Pero no cabe negar que, dentro de las posibilidades reales, la respuesta de la Unión ha sido esta vez vez contundente, clara, rápida y tangible. Porque es verdad que hay que huir del maniqueísmo, y casi nunca hay “buenos y malos”; pero igualmente hay que huir de un relativismo absoluto en el que todo diera igual. A veces hay que saber de qué lado estar, y Europa en esta ocasión lo tiene claro.