Pedro Sanchez y Milei

Un poco de diplomacia

Siempre ha habido guerras, conflictos internacionales y vulneraciones variadas del Derecho Internacional. Pero en circunstancias normales, las relaciones y comunicaciones entre los Estados y los Gobiernos que los rigen solían basarse en pautas de corrección y respeto, incluso para expresar desacuerdos o posibles diferencias de criterio. Cuando se habla de lenguaje diplomático se hace referencia precisamente a esa especial elegancia, pulcritud, finura o delicadeza a la hora de establecer ese tipo de comunicaciones. Así, por ejemplo, “nuestras relaciones son cordiales y trabajamos para superar nuestras pequeñas diferencias desde la amistad y la voluntad de establecer un entendimiento entre nuestros gobiernos” podía ser una forma sutil de expresar un desencuentro. Incluso expresiones que definen actuaciones oficiales como la “llamada a consultas” al embajador, no deja de ser una sutileza para transmitir al otro Estado el malestar. Como todo el mundo puede comprender, y mucho más en la era de internet, si un Gobierno quiere consultar lo que sea a su embajador no necesita llamarle y traerle de vuelta, aunque sea temporalmente, al territorio del Estado al que representa.

Pero desde que el populismo campa a sus anchas entre los gobiernos de todo tipo en cualquier parte del globo, se han perdido las pautas básicas de corrección en las relaciones entre los Estados. No solo vemos que las fuerzas públicas de algún país asaltan las embajadas de otro (el principio de extraterritorialidad de estas solía ser cuasi sagrado incluso durante los más agrios conflictos), sino que se cae en la más baja zafiedad del insulto grosero y ridículo entre gobiernos. Si ya esta práctica está fea entre los líderes políticos del mismo país, en las relaciones internacionales resulta especialmente indecorosa y horrible, probablemente porque cuando alguien siente que está representando a su país, parece natural el procurar mantener una actitud elegante y ejemplar. Cualquier persona normal, si está en el extranjero y siente que su forma de actuar podría servir para que otros enjuicien, aunque sea generalizando injustamente, a todos los españoles, intentará tener un comportamiento decoroso. Pues nada, todo esto parece olvidado por algunos Gobiernos. Pero lo que más pena me da es que nuestro Gobierno parece haber pasado a utilizar sin pudor ese tipo de prácticas verbales tan reprobables. El reciente, perfectamente evitable y seguramente muy electoralista conflicto con Argentina es un buen ejemplo de lo que digo, y un mal ejemplo de actuación. Solo me queda el consuelo de saber que, en este conflicto como en otros, los pueblos están mucho más próximos y unidos que sus lamentables gobiernos.

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