Sergio García Ramírez
Era conocido por cualquier jurista, y en México seguramente por cualquier ciudadano. En España, quizá, no tengan noticia de él los no expertos en Derecho, pero conviene que a veces las personas no especializadas sepan el inmenso valor de la obra y las aportaciones de algunas personas al mundo del derecho y, más ampliamente, al servicio público. Ocupó muy relevantes cargos institucionales, como Procurador General de la República, y fue también juez y presidente de la Corte Interamericana, que es, mutatis mutandis, el equivalente a nuestro Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Sus estudios e investigaciones en materia jurídica poseen una incuestionable relevancia, siendo uno de los más prestigiosos estudiosos del Derecho Procesal Constitucional.
Siendo todo esto de enorme relevancia, no queda por encima de sus magníficas cualidades humanas. Trabajador, responsable, cumplidor, cabal, muy modesto y sencillo, serio, pero con un continuo y admirable sentido del humor. Comprenderán que, en estos momentos en los que apenas hace unos días que no está entre nosotros, me dé cuenta del gran lujo que ha supuesto para mí conocerle, y tratarle de forma cercana en los últimos años. Como él presidía la Corte Interamericana de Derechos Humanos cuando, en el caso Almonacid Arellano contra Chile, fue instaurada una institución de tanta trascendencia como el control de convencionalidad, yo le decía que él era “el John Marshall del control de convencionalidad”, pero él no quería admitir la trascendencia de esta y otras de sus aportaciones. Disfruté de su hospitalidad en México, en su casa, donde he podido ver una de las bibliotecas privadas más impresionantes que conozco. Y disfruté de su compañía cada vez que aceptó nuestra invitación a formar parte del elenco de profesores de nuestra especialidad en Justicia Constitucional, de la que era asiduo. Por estas tierras manchegas compartimos más de un periplo, a veces acompañados de nuestro común amigo Luis Arroyo Zapatero. Compartíamos tanto… y no solo aficiones e intereses, sino también una discípula común o “compartida” como es la doctora Julieta Morales. Don Sergio dejó escrito que no quería homenajes tras su fallecimiento, pero las ideas y aportaciones que transmitimos a la comunidad, y en este caso a la comunidad jurídica, dejan de pertenecernos para formar parte de un patrimonio común inmaterial. Y, desde luego, nos sobreviven. Así que me parece imprescindible proclamar al menos el reconocimiento que merece una persona cuyo legado es inmenso, y cuya calidad humana estaba muy por encima de lo común. Y expresar el valor de su obra. Muchas gracias por tanto, don Sergio. Y un fuerte abrazo a Carmen y demás allegados.