Es quizá la ciudad más hispana de todo el continente. Y, desde luego, presume de antigüedad: es la más antigua ciudad de América, tiene la primera catedral del hemisferio occidental, dicen que aquí se fundó la primera Universidad del nuevo mundo… No en vano está en la primera isla americana colonizada por los españoles (si descontamos la pequeña isla de Guahananí, llamada San Salvador), y precisamente denominada “la Hispaniola”. Y si “colonizar” viene de Colón, es innegable que la presencia de los hermanos Colón dejó su huella en la isla, aunque es principalmente Diego quien se vincula a la capital, a través de la fortaleza que lleva su nombre.

 

En cualquier caso es una delicia pasear por el casco antiguo de esta ciudad antigua, declarado Patrimonio de la Humanidad. Las calles, casas, iglesias y palacios se mantienen muy bien conservados, y se trata seguramente de uno de los pocos casos en los que cabe ver en América elementos arquitectónicos propios del llamado estilo isabelino, que es en realidad el último gótico, propio de la época de los Reyes Católicos. Así, alguna de las portadas de la Catedral nos recuerda fácilmente, por ejemplo, a nuestra toledana iglesia de San Juan de los Reyes. Y es que el mérito principal de esta ciudad es precisamente el de ser la primera -en el sentido occidental del término- de ese mundo nuevo cuya misma existencia y sus inabarcables dimensiones comenzaron a sorprender a los europeos en los albores del Renacimiento. Puede que no tenga el sabor y el encanto de La Habana, pero el centro histórico está mejor conservado y no es menos valioso. Y Santo Domingo cuenta también con sus fortalezas protegiendo la entrada de la ría y del antiguo puerto y, cómo no, con su hermoso y largo malecón que, a lo largo de muchos kilómetros, recorre toda la fachada costera de la ciudad. Por lo demás, el clima tropical regala a esta ciudad temperaturas bien agradables, aguas cálidas y numerosas horas de sol, aunque en mi recuerdo Santo Domingo quedará vinculada siempre a los fuertes vientos y contundentes aguaceros de la reciente tormenta tropical Noel, manifestación de un fenómeno por desgracia también frecuente en el Caribe, que dejó su huella de desolación en la hermosa República Dominicana.