Saber perder

Saber perder no es menos importante ni meritorio que saber ganar. En la victoria y en la derrota, la humildad es importante, pero saber perder requiere mucho más. Hay, también, muchas formas de perder, y en un día como hoy sería bastante tentador decir que “los del Atleti” las conocemos todas. Ningún equipo de Europa puede decir que ha jugado tres finales de la Copa de Europa/ Champions, sin haber perdido ninguna de ellas en el tiempo reglamentario de 90 minutos, y sin embargo no ha logrado ese título y lo ha perdido de tres formas diferentes (en 1974 contra el Bayern se repitió el partido, en 2014 se perdió en la prórroga, y en 2016 en los penaltis). Incluso el himno del centenario compuesto por Sabina canta “¡qué manera de palmar!”, pero también añade “¡qué manera de vencer!”, porque afortunadamente el Atleti conoce también victorias memorables, ha ganado prácticamente todos los títulos oficiales en los que ha competido (bueno, falta uno… todavía) y, lejos de lo que algunos piensan, no somos victimistas, ni fatalistas, ni malditistas, ni nos regodeamos en la derrota. Pero sabemos perder, felicitar al ganador cuando lo merece, y sacar lecciones, que a veces son más importantes y constructivas en la derrota que en la victoria.

Desde ahora conocemos una nueva forma de perder, que es la tanda de penaltis en la que, de manera insólita, se anula en gol por una regla cuyo supuesto de hecho es imposible de comprobar en directo por el ojo de ningún ser humano, es incluso dudoso después de miles de repeticiones, y en todo caso determina una aplicación absolutamente contraria al “sentido y finalidad” que cualquier norma persigue (y que en este caso sería evitar que con el otro pie se desplace el balón al lanzar la pena máxima, lo cual queda fuera de toda duda que no se ha producido; y ante eso es absurdo hablar de un eventual “roce”…). Además, en la misma tanda nuestro portero paró más penaltis que el rival, que no fue capaz de parar ni uno. No importa. Hay que quedarse con las enseñanzas y con la satisfacción del trabajo bien hecho. Cuando un equipo lo da todo, juega una eliminatoria de forma superior al rival, sus jugadores se entregan hasta desfondarse físicamente, es mejor tácticamente, empata una eliminatoria y es superior incluso en la “lotería” de los penaltis, queda el orgullo, el honor, y la cabeza bien alta, que es más importante incluso que la victoria. En cambio, no encuentro ninguna enseñanza ni lección positiva, ni para ellos ni para los demás, en la victoria injusta de quien, teniéndolo todo, no alcanza siquiera a superar el juego mediocre. Eso es vencer sin convencer ni merecerlo. Para ganar así, quizá mejor perder. Muchas felicidades a quienes lo merecieron, y tampoco negaré las felicitaciones a quienes creen que siempre importa solo ganar como sea.