Réquiem por el cine

Réquiem por el cine

Sí, en mis recuerdos de las salas de cine no están ausentes los espectadores cuchicheando o haciendo ruidos molestos, o el típico cabezón que te tapa la pantalla, por no decir las pantallitas de móvil iluminadas, cuando no suena uno directamente. Recuerdos también de salas llenas en las que a veces había que elegir una butaca demasiado próxima o demasiado lejana de la pantalla, o demasiado lateral. Y tampoco soy muy de palomitas. Pero aun así… ver una buena película en una buena sala ha sido -y en lo que poco que queda, todavía es- una experiencia maravillosa. Formaba parte del rito de salir, dar una vuelta, cenar o tomar algo un viernes o un sábado. Permitía disfrutar de una pantalla y un sonido de una calidad siempre superior a la que la mayoría podíamos tener en nuestra casa. Y, sobre todo, era el contexto ideal para concentrarse en lo que se busca, que es el cine. De algún modo obligaba a aislarse de los problemas cotidianos y concentrarse en cualquier historia, más o menos ficticia o alejada de la realidad entendida como hechos reales, pero casi siempre adecuada para apartar por un rato nuestra concreta realidad. Y ofrecía esa paradójica intimidad pública gracias a esa discreta oscuridad en un lugar repleto, tan idónea para acudir en pareja…

Cuando salieron los primeros reproductores de vídeo caseros (VHS, Beta, 2000) se temió por la pervivencia del cine en salas, pero este sobrevivió. La pandemia supuso un embate grande para esta maravillosa experiencia de “ir al cine”, pero también se ha superado. Sin embargo, Netflix y otras plataformas parecen haber provocado una gran herida, no sé si de muerte, a esa experiencia inolvidable. La comodidad del cine en casa, y el mayor acceso a pantallas enormes y sistemas de sonido de alta calidad, parecen imponerse. Pero, desde luego, no lo cambio por la experiencia del cine en sala. Aun para quien tenga el mejor equipo de imagen y sonido (que no es mi caso), ninguna de las cualidades descritas se cumple igual en casa. El contexto es totalmente diferente, y la experiencia nunca alcanza la intensidad de la de “salir al cine”. Por si fuera poco, los productores parecen haber decidido apostar por series infinitas, tan adictivas como escasas de fondo y de mensaje (o al menos de un mensaje que justifique 80 horas en cuatro temporadas…), y los directores, actores y guionistas se emplean a fondo en este nuevo formato que nos quita un tiempo absolutamente desproporcionado para ofrecernos un placer ridículo acompañado de permanente insatisfacción, y a cambio nos hace dependientes de una historia que, por buena que sea, nunca tiene un final digno de la atención prestada. Y esto sí puede ser la muerte del cine en todos sus formatos…

Fuente de la imagen: https://www.lasexta.com