Hace algunos años que no voy, pero guardo el recuerdo de la capital ecuatoriana como una ciudad relativamente tranquila y apacible, ubicada en las faldas de la cordillera andina, con un clima bien agradable aunque algo fresco por las noches, y con un patrimonio histórico-artístico absolutamente apabullante. Lo primero no sé si seguirá siendo del todo cierto, aunque sí me parece que la ciudad es menos bulliciosa y ajetreada que Guayaquil, la otra gran ciudad de Ecuador. Lo demás me parece incuestionable, dado que su emplazamiento, en un valle entre montañas, al pie del volcán Pichincha, obviamente no se ha alterado a pesar de su crecimiento imparable. Y en cuanto al clima, que desde luego se relaciona enormemente con esa ubicación, baste decir que sus 2.800 metros sobre el nivel del mar, que en nuestras latitudes configurarían una ciudad extremadamente fría, en el mismo Ecuador provocan un clima maravilloso, regido por una especie de eterna primavera, eso sí con noches algo frescas y con algunas nieblas, que le han valido el calificativo de la “Londres de América”.

 

Pero Quito ha merecido también otros apelativos, como la “Florencia de América”, debido no precisamente a su clima sino a su impresionante patrimonio monumental. Aunque la historia de la ciudad, o de la población ubicada en este valle, se remonta a milenios atrás, fue la época colonial la que le ha dado un esplendor que prácticamente no tiene parangón en el continente. Un paseo por el centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1978, es suficiente para darse cuenta del enorme valor artístico e histórico de esta capital. La catedral, la iglesia de San Francisco, o la extraordinaria y valiosísima iglesia de la Compañía, cuyo interior se muestra íntegramente recubierto de pan de oro, o sus bien cuidadas plazas Grande o de Santo Domingo son sólo algunas muestras del valor de esta ciudad. Pero además conviene disfrutar de sus restaurantes, de su gastronomía, y de ese inconfundible sabor andino que se respira en sus mercados callejeros, donde es notoria la presencia de indígenas de Otavalo y otras zonas del país. A lo que hay que añadir su ubicación envidiable para realizar excursiones a lugares como el “centro del mundo” o a impresionantes volcanes como el Cotopaxi.