¿Qué ha pasado en Chile?

¿Qué ha pasado en Chile?

El hecho de que un poder elegido democráticamente -y mucho más si es una asamblea- lleve a cabo en nombre y representación del pueblo soberano una propuesta que, sin embargo, es a continuación rechazada en referéndum por el propio pueblo, no deja de resultar una paradoja que introduce siempre situaciones complejas. Pero es obvio que esa situación puede darse, no solo porque de lo contrario la propia convocatoria de referéndum en estos casos carecería de sentido, sino porque hemos comprobado en los últimos tiempos cómo efectivamente se ha producido, con más frecuencia de la esperada. Por poner solo algunos ejemplos, baste recordar el referéndum del Brexit en el Reino Unido o el de los acuerdos de paz en Colombia, o específicamente en el terreno de las reformas constitucionales, las que no hace muchos años fueron rechazadas en Italia, o cómo la propia Constitución de la Unión Europea de 2004 se convirtió precipitadamente en una carta “nonnata” tras el rechazo en las votaciones en Francia y en los Países Bajos. Esto mismo es lo que ha pasado hace unos días en Chile, aunque me temo que en España no se le ha prestado demasiada atención, y muchos ni siquiera lo saben. Pero creo que este caso tiene algunas peculiaridades. Primero, porque todo el proceso se inició tras un referéndum en el que el pueblo expresó de manera inequívoca el deseo de aprobar una nueva Constitución (que sustituya a la vigente que, aun con reformas significativas, es todavía de que se aprobó en 1980 en pleno período pinochetista), así como el procedimiento a seguir para ello. Segundo, porque este procedimiento, que se ha centrado en la elección de una convención constitucional, también indudablemente elegida de forma democrática, ha puesto mucho énfasis en la participación ciudadana, y en especial en la inclusión y protagonismo de las minorías. A lo que cabe añadir un nuevo presidente cuya sintonía con el proceso constituyente parecía fuera de dudas. Por todo ello, la perplejidad y la complejidad provocada por el resultado puede ser mayor.

Poco puedo decir en unas líneas, pero me parece que, sin perjuicio de constatar que, como por desgracia suele suceder cada vez con más frecuencia en este tipo de procesos, puedan haber existido fake news, intoxicaciones informativas o presiones de diversos sectores, sería un tremendo error situar estos factores como causas del resultado. Creo que la sociedad chilena es suficientemente madura, y además las circunstancias no parecen haber cambiado demasiado desde la elección de la convención, o desde la propia aprobación del inicio del proceso. Parece bastante incoherente afirmar, como muchos hicieron de firma insistente, que se trataba de uno de los procesos constituyentes más democráticos del mundo (si no el que más), para terminar objetando el resultado desde la perspectiva de la “limpieza” del propio proceso. Aunque no se pueda afirmar categóricamente que el pueblo nunca se equivoca, creo que desde luego no es este el caso. Me parece que en este caso, como en algunos otros de los mencionados, más probablemente se ha producido un problema de falta de comunicación, sintonía o confianza entre el pueblo y sus representantes, que ha conducido a que estos presenten algo inaceptable para la mayoría. Además de posibles torpezas difíciles de explicar por parte de la mayoría que proponía el “apruebo” (como la de comprometerse a una reforma inmediata del nuevo texto si este se aprobaba…), la clave, en mi humilde opinión, está en que quizá el proceso, por muy participativo que haya podido ser, no ha resultado tan plural en esa participación como debería. Puede que en el pluralismo este la clave. Puede que bastantes minorías (o más bien quienes asumen su representación) hayan podido intervenir, pero el finalmente el texto sometido a votación era rechazado por fuerzas políticas desde el centro izquierda hasta la derecha. Algunos se han esmerado en hacer una Constitución excelente, ejemplar y modélica de acuerdo con sus valores; pero este tipo de Constitución no es la óptima. La Constitución perfecta no existe, pero la preferible es, según creo, no la ideal para algunos (ni siquiera a veces cuando estos puedan llegar a configurar una exigua y coyuntural mayoría), sino la que es asumible y aceptable por la inmensa mayoría, a ser posible por casi todos. Una Constitución de este tipo es la que está llamada a durar. En cambio, una Constitución de partido o fuertemente ideologizada en términos políticos y económicos (sean estos los que sean), si logra nacer, no suele conseguir un largo recorrido. Por el bien de Chile, que es un país hermano, y por las muy buenas amigas y amigos que allí tengo, deseo que este país supere pronto esta situación crítica y encuentre su camino, que según parece desprenderse claramente de los últimos procesos, debe conducir a algo diferente sin duda a la Constitución de 1980, pero también diferente a este texto que contiene, por lo que hemos visto, algunos principios o preceptos que la mayoría no comparte. Será necesario probablemente un texto más abierto y plural.