Populismo barato
No es fácil definir con precisión lo que es el populismo, y tampoco es siempre sencillo señalar cuándo estamos ante un gobierno o movimiento que podamos llamar “populista”, porque este calificativo puede ser aplicable en diversos grados de intensidad. Pero hay algunos comportamientos, actitudes y técnicas argumentativas (o tal vez podríamos decir “pseudoargumentativas”) que podemos calificar como inequívocamente populistas. El primero, por supuesto, es la identificación del líder con la democracia, de tal manera que cualquier crítica a aquel se pueda calificar como un ataque a esta. Esta identificación se basa en que el líder ha accedido al poder de acuerdo con procedimientos democráticos, pero evidentemente incluso cuando así ha sido eso no legitima todo lo que haga o diga, ni permite equiparar la crítica legítima con un ataque a la democracia. Más bien al contrario, por esta vía el populismo va lentamente erosionando la democracia, acaso sin modificar la Constitución, pero sí imponiendo prácticas que van desdibujando los contrapesos que esta establece. Y es que lo que el populismo ignora, y trata de imponer a la población, es precisamente que no hay democracia sin límite al poder, sin respeto a la oposición y a las minorías, sin derecho a la crítica como parte fundamental de la libertad de expresión, sin Estado de Derecho, sin separación de poderes. El populismo trata de imponer esa idea primigenia de una legitimidad democrática originaria, sobre todo lo demás, que también es esencial para la democracia. Por eso siempre, como regla que nunca falla, el populismo persigue siempre a los medios de comunicación críticos, es decir, a la prensa libre, y al poder judicial, que son precisamente los dos contrapoderes más importantes y dos baluartes fundamentales del Estado de Derecho.
Pues bien, me apena mucho tener que escribir que todas estas características están presentes de forma palmaria en la última “maniobra” de nuestro presidente del Gobierno. Un anuncio de un “período de reflexión” de cinco días para decidir si dimitía (tengo bastantes testigos de que de inmediato aposté porque seguiría, lo contrario habría sido suicida), seguido de una campaña entre militantes para simular un movimiento de masas partidario de su permanencia (en realidad, hasta dando por buenas las cifras oficiales de manifestantes tal movimiento parece bastante escaso) y, como colofón de todo ello, una clara huida hacia delante que sirve como pretexto para justificar medidas variadas para atemorizar o atacar abiertamente a esos dos contrapesos fundamentales: la prensa libre y el poder judicial. Es de “primero de populismo barato”, hasta cabría pensar que nada hay que temer porque nadie creerá en todo esto, pero…
Fuente de la imagen: https://apnews.com