Pongámonos en marcha – reforma constitucional
Pongámonos en marcha
En una escena de “El principito”, Exupéry reconoce que “aunque estaba cansado y me parecía absurdo buscar un pozo en la inmensidad del desierto, nos pusimos en marcha”. Hace años que, más o menos en estas fechas, vuelvo a destacar la importancia de proceder a una reforma de la Constitución, cuya realización empieza a parecer ya más difícil que encontrar ese pozo en el desierto. Como mínimo desde el intento de la legislatura que empezó en 2004 (con motivo de la que organizamos en Toledo un seminario específico, que fue pronto publicado), algunos empezamos a analizar los aspectos que requerían esa modificación. Obviamente, y todo ello desde mi modesto punto de vista, esos aspectos cada vez son más. Y la reforma ha pasado ya de ser algo simplemente conveniente, a resultar necesaria, y cada vez más urgente (aunque es evidente que en este punto, mayor era la urgencia en 1977, eso no implica que ahora no exista). Lo único positivo es que, tanto en el ámbito académico, como en el político e incluso en el social, cada vez son más voces las que destacan la necesidad de la reforma.
Aquí no puedo entrar en los posibles contenidos de esta reforma, pero sí en lo que creo que debería ser su planteamiento general. Yo pienso que habría que hacer una reforma amplia, pero no una nueva Constitución, ya que los valores y principios fundamentales, y las características definidoras de nuestro Estado deberían permanecer. Si el preámbulo y el título preliminar se mantienen, lo que algunos llaman despectivamente el “régimen de 1978” permanecería. Sin embargo, hay muchas cuestiones que abordar: además del Senado, Unión Europea, y sucesión a la Corona, aspectos que ya estaban en la propuesta de 2004, habría que incluir una actualización de los derechos y una mejor garantía de algunos derechos económicos, sociales y culturales. También convendría mejorar las vías de participación ciudadana. Y, desde luego, hay que abordar la cuestión territorial. No como cesión a ningún chantaje ni concesión a los rupturistas, sino como vía para perfilar mejor un modelo que quedó demasiado abierto en 1978. Si bien es evidente que no hay consenso en esta materia, no hay que olvidar que el consenso también en 1977-78 fue el punto de llegada, no el de partida. Por lo demás, hay que saber lo que se le puede pedir a una Constitución, y ello no es que todos seamos más felices, ni “justos y benéficos” como decían los gaditanos. Pero sí establecer mejores condiciones para ello, así como la prosperidad y convivencia pacífica entre españoles.