Oro
Casi siempre que comento una película en esta sección, es porque quiero recomendarla en algún sentido. De lo contrario, ni me molesto en escribir el comentario. Sin embargo, todo tiene sus excepciones. “Oro” es una película que prometía. Está inspirada de algún modo en hechos históricos que sin duda tienen interés y resultan incluso muy sorprendentes, como es la aventura de Lope de Aguirre, aunque ya hayan sido abordados por la literatura (Ramón J. Sender) y el propio cine (Herzog en “Aguirre, la ira de Dios” y Saura en “El Dorado”). Y la combinación de un texto de Pérez Reverte y el trabajo cinematográfico de Díaz Yanes había dado buenos resultados en “Alatriste”. Motivos suficientes para ir a verla. Para mí esa decisión fue un error, aunque desde luego cada uno puede juzgar por sí mismo. La película no me gustó y no aporta nada.
No se trata ya de su mayor o menor fidelidad a la historia. Su inspiración es un hecho poco frecuente durante la conquista de América, protagonizado por un personaje también singular. No fue en absoluto normal romper con la Corona durante la conquista, y de ahí lo llamativo del caso de Lope de Aguirre. Pero admitiendo esa singularidad (y por tanto no tomándola como una descripción de algo habitual), podría haber estado enormemente interesante si ayudase a entender. Si fuera capaz de transmitir algo. Pero no lo logra. No hay un mínimo trabajo de la psicología de los personajes. No parecen locos (como acaso se volvió Lope de Aguirre). Tampoco simplemente la “fiebre del oro” explica su comportamiento, pues un mínimo sentido práctico y de supervivencia les llevaría a comportarse de otro modo. Se trata simplemente de cien minutos de españoles matándose entre sí sin motivo aparente, y de paso matando también a algún indígena. No falta, desde luego, el cura perverso, fanático y mujeriego al que todos desprecian. Y no hay más. Nadie respeta nada, y no existe no ya el menor rasgo de épica, sino ni siquiera código alguno que explique algún comportamiento. Pérez Reverte suele crear personajes sórdidos que no son ejemplo de virtudes, pero en todos ellos (desde Alatriste al comisario autoritario de “El asedio”) hay algo de nobleza profunda, un cierto código de conducta cuyo respeto les redime, al menos en parte. Aquí (al menos en la película) no hay nada de eso. Lástima de ocasión perdida para haber logrado un producto de algún interés.