No suele estar recomendada en las mejores guías. No aparece en las rutas turísticas más atractivas de la zona. Hay en Centroamérica otras ciudades más llamativas y sin duda más atractivas por sus valores históricos, arquitectónicos o artísticos (aunque lo cierto es que esta zona del continente se caracteriza más por sus impresionantes riquezas naturales que por el valor de sus ciudades, en especial si hablamos de las capitales). Incluso sin salir de Nicaragua son León o Granada las ciudades que suelen considerarse imprescindibles, y obviamente merecen una visita. Pero para esta serie prefiero elegir la capital de este país, porque como ya dije no se trata de una miniguía turística, sino de una selección absolutamente personal de algunas de las ciudades latinoamericanas que me han llamado la atención o me han impresionado, que de alguna manera han despertado mis sentimientos o sensaciones. Y en este terreno, he de decir que Managua no me ha dejado indiferente.

 

Ciertamente, es Managua una ciudad más bien discreta y humilde. Se diría casi es una “ciudad fantasma”, sobre todo en el centro, pues a raíz de un violento terremoto acaecido en 1972, buena parte de la ciudad fue devastada y nunca se reconstruyó, quedando muy numerosos solares que no se han vuelto a edificar, de tal modo que la ciudad fue expansionándose alrededor de un centro semivacío. Esa circunstancia, así como la existencia de varias lagunas y volcanes en la misma ciudad –situada sobre varias fallas geológicas- dan a Managua una configuración absolutamente original. Quizá la vista más impresionante de esta ciudad se obtiene desde el mirador en el que estuvo el antiguo palacio presidencial de Somoza, ubicado justo sobre la laguna de Tiscapa, que ocupa el cráter de un volcán. Desde ese lugar, al lado de una gran silueta de Sandino en negro, se puede ver, a un lado, el “esqueleto” de la vieja catedral y la plaza de la República, junto al hermoso lago de Managua; al otro, la nueva catedral construida en 1994 (no me atrevería a decir que bonita, pero sí moderna y llamativa) y un reducido barrio moderno de hoteles y servicios; y luego, todo el resto de la ciudad, formado por extensiones sin edificar y casas prácticamente desaparecidas entre los árboles y la vegetación. Como configuración sorprendente, la ciudad no tiene parangón.