Me apetece comenzar esta “miniserie” dedicada a algunas ciudades interesantes de América latina, y cuya justificación intentaba realizar la pasada semana,  precisamente con la ciudad de Los Angeles. Y ello porque es ésta buena manera de recalcar su carácter principalmente latino, y más en particular hispano. Dimensión que se manifiesta no sólo en su origen histórico y en su misma denominación, sino sobre todo, de forma cada vez más acusada desde las últimas décadas, por la creciente cantidad de población de origen  mexicano que la habita, incluyendo a su actual alcalde, y que va convirtiendo sus calles y sus comercios en lugares donde el español es un idioma habitualmente hablado, y en los que las tradiciones y costumbres mexicanas adquieren cada vez más protagonismo.

 

Pero Los Angeles es también anglosajona y asiática, europea y americana, hasta el punto de haber logrado hacer de esa mezcla de culturas, razas y religiones el que quizá sea su rasgo más definidor. Ello se manifiesta en muy numerosos aspectos, pero quizá la gastronomía sea uno de los más representativos: no hay (más allá de las hamburguesas, perritos calientes y otras variadas formas de “fast food”) nada parecido a una “gastronomía californiana”, pero pueden encontrarse muy numerosos y buenos restaurantes asiáticos, libaneses, mexicanos, y de los más variados lugares del mundo. Es una muestra más de que estamos ante una de las ciudades más cosmopolitas y variopintas del mundo, donde el acusado carácter individualista tiene como saludable manifestación la absoluta indiferencia hacia todo tipo de formas de vestir y actuar -y hacia la tendencia aparente de muchos a llamar la atención- siempre que se respete a los demás. Por lo demás, la ciudad como tal no tiene a mi juicio demasiado carácter, más allá de los consabidos atractivos (todos ellos diseñados “a lo grande”) del universo cinematográfico de cartón-piedra de Hollywood, los estudios de la Universal y parques temáticos y de atracciones variados (incluyendo el originario Disneyland), museos de todo tipo, playas también de película, y millas y más millas de anchísimas carreteras  saturadas que transcurren entre zonas residenciales en las que se aprecia la fachada del “american way of life”, pero que no logran configurar una ciudad con personalidad.