La guerra de la tilde
En la conocida fábula del burro, un padre y un hijo probaban, siguiendo los comentarios de quienes les veían, a ir uno, el otro, los dos, o ninguno de los dos sobre el burro, y siempre obtenían comentarios críticos por la opción elegida, con la moraleja de que por querer complacer a todos, al final no se logra complacer a nadie. Parece que esto es lo que le está pasando a la Real Academia Española con las reglas sobre la acentuación del adverbio “solo” y de los pronombres “este, ese, aquel” y sus derivados. La regla tradicional era la de la acentuación de “solo” siempre que tuviera función adverbial, y de los pronombres siempre que sean tales. Pero es cierto que esta regla rompe con otras propias de nuestro idioma, y supone la acentuación innecesaria de estas palabras. Así que este criterio, explicitado en el Diccionario panhispánico de dudas de 2005, se rompió con la Ortografía de 2010, que considera incorrectos los acentos en esos pronombres, y solo lo permite en “solo” en casos de ambigüedad sobre su función, que por lo demás considera infrecuentes y rebuscados. Para quienes estábamos acostumbrados a esa acentuación sistemática de “solo” en su función adverbial, esto suponía un cambio bastante radical. Así que para estar seguro planteé una consulta a la RAE sobre la incorrección de seguir manteniendo ese acento, y la respuesta fue que “Utilizar la tilde en el adverbio solo y los demostrativos más allá de los casos de posible ambigüedad no puede considerarse correcto ya que no se ajusta a la norma ortográfica vigente”, aunque es verdad que la respuesta incluía esta inquietante consideración: “No obstante, debe tener en cuenta que el éxito de cualquier modificación en las reglas ortográficas de una lengua siempre tiene como enemigo el peso de la tradición, esto es, el hecho de que los hablantes han aprendido una determinada norma y la aplican con regularidad”.
A pesar de este último inciso, decidí retirar esas tildes en la escritura, con el mismo espíritu con el que me aprendí en su día las modificaciones del Padrenuestro: debo hacer lo correcto para que todos los que compartimos algo (la fe, el idioma…) lo hagamos igual. Pues bien, se ve que el éxito de la reforma fue más bien moderado, y ahora la RAE va a establecer que es posible mantener esas tildes siempre que, a juicio de quien escribe, se perciba ambigüedad. Y todo ello, según cuentan las crónicas, en el contexto de una especie de batalla interna en la RAE entre los escritores, que parecen haber constituido el “partido solotildista”, y los lingüistas, que prefieren erradicar esas tildes inútiles. Y yo entiendo que, ante esta diversidad de opiniones, no se considere incorrecta la acentuación (ya que las faltas ortográficas pueden y deben tener relevancia a ciertos efectos), pero si la solución al embrollo es que cualquiera que escriba decida lo que le dé la gana, ¿dónde queda la función de la RAE de “fijar” y dar uniformidad al idioma? Yo, desde luego, ya no pienso volver a cambiar…
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