La Alumna

La alumna

La alumna de cuyo nombre no quiero acordarme, aunque gracias a su discurso impropio esté estos días en todos los medios, tiene, desde luego, derecho a decir lo que dijo. La alumna cuyo nombre todos olvidaremos tan rápidamente como lo hemos conocido (aunque sinceramente, tampoco descarto que dentro de no mucho la veamos como candidata a algo por algún partido político, o incluso como secretaria de Estado o ministra), puede hacer un discurso plagado de incorrecciones, lugares comunes, vulgaridades repetidas hasta la saciedad (“¿vale?”), y sobre todo, incoherencias descomunales. Por ejemplo, la de insistir en la crítica a la “titulitis” y a las calificaciones, pero al tiempo insinuar que ella debería ser más conocida que la presidenta de la Comunidad de Madrid, simplemente porque tiene el mejor expediente de su promoción y eso, obviamente, parece suponer, a su juicio, que su importancia es mayor que la de presidir una región. O, cómo no, la de afirmar que, en coherencia con su forma de ver las cosas, rompería su título o su expediente brillante, pero, por supuesto, no hacerlo, porque supuestamente le entran, de repente, dudas sobre la legalidad de tal acción. Incluso tiene derecho a entender muy erróneamente la idea de “representatividad” para aprovechar la oportunidad que ese mismo expediente le da para intervenir en ese acto con la finalidad de exponer, supuestamente en representación de los alumnos, un alegato sectario, subjetivo y probablemente minoritario contra la persona a la cual se rendía homenaje en ese acto (no hace falta ser experto en teoría política para comprender que la posibilidad que se da a determinados alumnos no elegidos democráticamente para intervenir en ciertos actos institucionales debería tener precisamente un sentido institucional).

En realidad, esa alumna tendría también derecho a ser coherente y, en consecuencia, no utilizar su título para el acceso a ninguna profesión ni para nada, ya que el título no tiene -según ella- valor ninguno, como tampoco el haber obtenido el mejor expediente. O incluso podría declinar la invitación a intervenir en un acto de este tipo, dado que dicha invitación se hace por unos méritos objetivados en los que ella realmente no cree. Afortunadamente, vivimos en democracia, y por ello las minorías tienen derecho a expresar su punto de vista crítico, incluso aunque se aproveche para ello un acto que en modo alguno tenía esa finalidad. Pero también porque vivimos en democracia, esa misma crítica debería siempre estar acompañada por el respeto institucional, que implica también un mínimo respeto por la persona que democráticamente encarna una institución, aunque no nos guste. Algo que olvidó por completo esta alumna prescindible y pasajera.

Fuente de la imagen: https://www.elmundo.es