Hacia atrás y hacia delante
Nuestra forma de medir el paso del tiempo está basada una combinación de elementos tomados de la observación de la naturaleza y el Universo (los movimientos de rotación y traslación de la tierra se corresponden con nuestros días y años, respectivamente) y otros basados en la historia (los nombres de nuestros meses, o el hecho de que ahora mismo comencemos, en casi todo el mundo, el año 2019 después de Cristo, por ejemplo). Ni unos ni otros tienen una precisión absoluta, ya que, por ejemplo, hubo que introducir los años bisiestos, cada cuatro años, pero con excepciones, para corregir el desajuste con el movimiento real de traslación; o, por otro lado, es seguro que Jesús de Nazaret no nació en lo que hoy consideraríamos “año cero”, sino más bien unos años antes. Así pues, nuestros sistemas de medición temporal son parcialmente “caprichosos”, aunque no puramente arbitrarios, a pesar de que algunas de las divisiones (por ejemplo, la semana, o incluso en cierta medida los propios meses) obedecen a circunstancias que no parecen hallar un fundamento claro, más allá del pragmatismo de contar con otras divisiones intermedias. Sea como fuere, y aunque a algunas personas todo esto les parece un entretenimiento bastante absurdo, a mí siempre me ha parecido útil e importante la posibilidad de establecer estas “marcas” o barreras temporales, que nos permiten establecer períodos de tiempo, y así utilizar los momentos de tránsito de uno a otro (como el inicio de un nuevo año, década o siglo) para hacer balance y recapitular sobre lo pasado, pero también pare establecer proyectos o marcarse objetivos en el futuro. Es decir, para hacer una pausa en el camino, y mirar hacia detrás y hacia delante. Quizá por ello tengo, como saben los lectores de estos “miraderos”, una cierta afición por los aniversarios y las efemérides, pero casi siempre trato de analizar los hechos con perspectiva y extraer las enseñanzas que hoy puedan aportarnos. Algo que intentaré seguir haciendo, en algunas ocasiones, en este recién estrenado 2019.
Dicen, por otro lado, que en la vida, a medida que nos acercamos al final, pesan más en nosotros los recuerdos y las experiencias que los planes y proyectos. No sé en qué medida eso es cierto, pero yo no puedo dejar de recordar cómo, en mi infancia, la frontera del 2000 parecía un momento lejano, crucial y casi inalcanzable, y hasta la película titulada 2001 presentaba una historia de ciencia ficción tan imaginativa como remota. Así que no deja de producir cierto vértigo entrar en este 2019 y comprobar cómo el siglo, a punto de concluir su segunda década, ya no solo no es “nuevo”, sino que creo que nos ha manifestado ya todos los grandes retos que en él hemos de afrontar. Pero ese es precisamente el momento de mirar hacia delante y ver cómo intentar resolver estos problemas. Porque precisamente la historia nos enseña que el tiempo, al menos en una medida importante, no es algo que “pasa”, sino algo que nosotros podemos forjar, dejando en él nuestra huella. Y esa es la única vía para construir, entre todos, un mundo mejor.
Fuente de la imagen: https://lamenteesmaravillosa.com/como-percibimos-el-paso-del-tiempo/