Hacer escuela
Ya he escrito en una ocasión sobre lo que significan, en el ámbito académico y universitario, los términos “maestro” y “discípulo”, y por qué me gustan, más que ningún otro, para definir esa relación tan especial que suele originarse cuando se dirige una tesis y se orienta a una persona joven en los inicios de la vida académica, que sin lugar a dudas forma parte de la vida que quienes consideramos esta actividad (o al menos esta parte de nuestra actividad) no como un trabajo, sino como una vocación. Y así como probablemente nada hay más importante que los hijos en la vida, tampoco hay nada más importante que los discípulos en la vida académica. Con el paso de los años, estos discípulos son cada vez más numerosos, y uno quiere creer que, a pesar de sus diferencias en el objeto de sus investigaciones y en sus posicionamientos en muy diversas cuestiones, hay desde luego pautas comunes, seguramente más vinculadas a aspectos metodológicos y a actitudes relativas a la manera de afrontar el conocimiento, el aprendizaje y la investigación. Pero lo que es incuestionable es que surgen vínculos, personales y académicos, no solo entre el maestro y los discípulos, sino también entre todos ellos, dando lugar a comunidades académicas que tradicionalmente se han llamado “escuelas”.
Más o menos coherentes, cohesionadas o unidas, las escuelas existen, y tienen el indudable aspecto positivo de contribuir al desarrollo de la ciencia, pero además permiten crear y mantener esos vínculos. Recientemente he tenido el privilegio de coincidir en el mismo evento con más de una decena de mis discípulos. Son solo una parte, pero creo que ha sido el encuentro conjunto más amplio de cuantos he tenido, ya que cada uno de ellos procede de un lugar diferente y vino a Toledo a hacer su tesis en momentos diferentes, de manera que algunos de ellos ni siquiera se conocían personalmente entre sí. El encuentro se ha producido por la común participación en un importante foro académico internacional, pero al margen del evento he podido decirles, y lo digo ahora públicamente, lo importantes que han sido y son en mi vida; he podido transmitirles (aunque eso ya lo hice al dirigir sus tesis) las pautas y enseñanzas que yo recibí de mi maestro, Eduardo Espín Templado, quien fue realmente el creador de esa escuela. Y también les he dicho que, aunque sé que los éxitos que tienen y tendrán en su vida académica son solo consecuencia de sus méritos y esfuerzos, sin ninguna duda yo me siento muy orgulloso de ellos. He recibido ya mucho más de lo que yo haya podido dar, y eso es la mayor satisfacción, y el mayor motivo de agradecimiento hacia todos ellos. Si Dios me da vida y salud, me gustaría ver cómo la que ya han dado en llamar “escuela de Toledo” crece y se desarrolla, y cómo se fortalecen también los vínculos entre todos ellos.