Estambul
Una de las pocas ciudades que puede presumir de asentarse sobre dos continentes, Estambul, primero cristiana y romana, luego islámica, oriental en Europa, occidental en Asia, es sin duda, una de las ciudades más interesantes del mundo. Viajando desde cualquier capital occidental, sus cúpulas y minaretes nos remiten indudablemente a una ciudad islámica. Pero viajando por ejemplo desde la India, Estambul se nos presenta como una ciudad muy occidental. Turquía es, como Rusia, un país entre dos continentes, pero culturalmente europeo, ya que no cabe entender la historia de Europa sin Turquía, y muy especialmente sin esta ciudad primero llamada Bizancio, luego Constantinopla, y actualmente Estambul. Y es que, sin duda alguna, es una ciudad compleja, llena de contrastes, que aglutina hoy un mayor pluralismo cultural de lo que podría parecer a primera vista. Basta contemplar la variada forma de vestir, especialmente en las mujeres: algunas al estilo occidental, otras con túnica y cara tapada, y muchas jóvenes con un estilo mixto en el que se pueden mezclar unos pantalones vaqueros con un pañuelo islámico. Es, sin duda, la ciudad más occidental del país más occidental entre los de cultura islámica, y aunque en ocasiones parece que la realidad política y social es reacia a cualquier movimiento que pueda alejar al país de las esencias del Islam, yo creo que la apertura de esta ciudad, la cantidad de personas que recibe, y la estrecha comunicación con todo el mundo, terminaran por imponer una realidad cultural más variada y diversa (lo que en absoluto implica el abandono de las creencias religiosas mayoritarias).
Esto no es una guía turística, y tampoco se podría en este formato dar una referencia de los muchos lugares de imprescindible visita en Estambul. Baste decir que su importante historia está todavía presente, y así es posible pasear por las murallas de Constantinopla o visitar las cisternas de la época bizantina; emocionarse con la expresividad de los preciosos mosaicos bizantinos en varias iglesias, incluyendo Santa Sofía, a pesar de su transformación en mezquita y, desde luego, escuchar la llamada a la oración y participar en ella en cualquiera de las espectaculares mezquitas. Sin olvidar su hermosa torre Gálata, y la preciosa torre de la doncella, ese faro ubicado en un islote en el Bósforo, que inspira algunas de las imágenes más románticas y preciosas, y sin duda más emblemáticas de la ciudad. Tampoco hay que perderse el irrenunciable recorrido por el Bósforo, ese estrecho que comunica los dos mares de Estambul, rodeado de villas, fortalezas y palacios. Pero nada de lo que se ve tendría sentido, si no se vive la ciudad. Y en este terreno las posibilidades son amplísimas. En Estambul hay que disfrutar del excelente kebab y del resto de los atractivos de su excelente gastronomía, habitualmente tan familiar y agradable para los españoles (sin duda en los sabores que nos agradan podemos reconocer nuestro pasado islámico); regatear en el gran bazar o en el bazar de las especias; disfrutar con la danza del vientre; entrar en una tetería y fumar relajadamente en una cachimba al finalizar la jornada; y, desde luego, disfrutar de un inolvidable baño turco. Además si uno tiene la suerte de tener allí un amigo podrá conocer la generosa hospitalidad turca, y conocer cómo viven allí las familias. Muy pocas ciudades ofrecen tanto. Para mí, está probablemente entre las cinco ciudades más atractivas de todo el mundo. Estambul permanece siempre en el recuerdo. A cuatro horas de Madrid, es esa ciudad tan cercana y a la vez tan diferente, a la que siempre se quiere volver.