Enseñar la Constitución, educar en democracia

Hace muchos años que algunos colegas venimos insistiendo en que la verdadera clave para afrontar gran parte de los retos importantes de nuestras sociedades está en la educación. Es verdad que, como siempre digo, ningún ordenamiento ni ningún Estado se pueden sostener sin el recurso a la imposición coactiva de las normas; pero no es menos cierto que tampoco perdurarán si solo utilizan ese recurso a la coacción. Y ahí es donde la enseñanza de lo que podemos llamar “valores constitucionales” juega un papel esencial. En realidad, esta enseñanza es, más propiamente, educación, porque no se trata meramente de ofrecer conocimientos, sino de inculcar esos valores. Algo que, por lo demás, no es opcional, porque es un imperativo que, además, podemos encontrar no solo en el artículo 27.2 de nuestra norma fundamental, sino también, incluso de forma más amplia, en el artículo 13.1 del pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Aunque, por supuesto, este mandato debe hacerse compatible con otros principios y derechos reconocidos en los mismos textos, sobre todo los derechos de los padres a escoger para sus hijos el tipo de educación y la formación religiosa y moral acorde con sus convicciones. Y ello implica la exigencia de que esta educación en valores no puede convertirse en una forma de adoctrinamiento, sobre todo si ese adoctrinamiento ignora que la libertad y el pluralismo son también valores, y trata de imponer, particularmente en temas socialmente controvertidos, una única visión o enfoque.

No me gusta usar este espacio para comentar proyectos o libros en los que he tenido parte, pero todo tiene sus excepciones, y creo que la más justificada se produce en casos como este, en los que resulta indudable la relevancia e implicación social de nuestras preocupaciones como investigadores. El caso es que desde hace años vengo, junto a mi colega Carlos Vidal Prado, codirigiendo un proyecto que ha abordado esta temática, participando en la formación de profesores de niveles preuniversitarios, y analizando la situación en España, donde hemos encontrado indudables déficits, que en parte han venido generados, al menos hasta ahora, por la casi total ausencia de contenidos comunes, lo que ha dejado la cuestión en manos de las Comunidades Autónomas, con diversidad de criterios, y tendencia al absurdo de ofrecer este tipo de enseñanzas como alternativa a la religión. Veremos cómo evoluciona este tema, de momento acabamos de publicar uno de los resultados de este proyecto en una monografía que aborda estas y otras cuestiones, no solo desde la perspectiva española, sino también comparada.