Elecciones e imagen

Elecciones e imagen

Siendo como soy “aficionado” al Derecho Electoral, y por otro lado a la fotografía, comprenderán los lectores que me llamen la atención los carteles electorales que estos días inundan nuestras ciudades, y que con pocas excepciones muestran a candidatas y candidatos bastante más jóvenes de lo que son, desprovistos de cualquier defecto físico, y en definitiva dotados de una belleza artificial y un tanto ridícula. Desde luego, sé perfectamente que las posibilidades de edición de cualquier fotografía son ilimitadas, hasta el punto de que entre fotógrafos se discute a veces sobre los difusos límites entre “revelado”, “edición” o directamente, “manipulación”. Por supuesto, no hay reglas jurídicas que impidan la utilización de cualquiera de estas tres categorías en los carteles electorales, pero esta tendencia carente de excepciones hacia la idealización física de los candidatos electorales no deja de plantearme inquietudes. Es verdad que cualquier experto, teniendo en cuenta pautas que van desde la iluminación y la toma hasta el postprocesado, puede -por decirlo de forma muy simple aunque también discutible- mostrar al más feo como guapo, o al más viejo como joven. Sin embargo, me parece que eso no tiene demasiado sentido. Por un lado, resulta un ridículo intento de engaño cuando el espectador conoce personalmente a la persona retratada, lo cual es mucho más probable en elecciones autonómicas y locales; pero incluso aunque no se dé ese conocimiento personal, seguro que se ha visto al candidato en televisión o en otros contextos y se aprecia la exageración estética. No solo para retratos he aprendido que si hay tres reglas esenciales en la edición de fotos -aunque puedan tener sus excepciones- son simplicidad, sutileza y sectorialidad (es decir, editar por sectores o zonas y no globalmente), y no me parece que se cumplan en estos casos.

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Desde luego, no hay que culpar a los profesionales de la fotografía, que seguramente hacen excelentemente su trabajo, según les encomiendan los responsables de campaña o los asesores de los candidatos. Así que me pregunto, por un lado, en qué medida los propios candidatos se sienten a gusto contemplando su imagen ficticia e irreal por todas nuestras calles. Y, por otro, qué mensaje quiere transmitir alguien con ese tipo de imágenes, como si una perfección irreal y artificial en lo estético y una eterna juventud se correspondieran con la perfección irreal en lo político -e incluso en lo moral- que todo político desearía reflejar. Por supuesto, la última gran pregunta sería: ¿de verdad tiene esto eficacia de cara al voto de los electores? Me gustaría pensar que no, que nos da exactamente igual un candidato con arrugas, defectos, y que representa la edad que tiene, siempre que nos interesen su programa y sus propuestas. Pero ¿quién sabe?

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