El precio de la paz
Nunca he creído demasiado en aquello de Julio César de que “si vis pacem, para bellum”. Pero la verdad es que, en ocasiones, alguien no busca la guerra pero se ve envuelto en ella, por ejemplo cuando esta se genera por el legítimo derecho que todos tenemos a defendernos de una agresión. En tal caso, resultaría totalmente injusto que el agresor obtuviera beneficio de su propio acto ilegítimo, y por la misma razón, resultaría injusta una paz que consagrara ese beneficio ilícito, pues ello significaría justificar la agresión. Esto es, sin duda, lo que está sucediendo en la guerra causada por la invasión rusa de Ucrania. Este Estado tiene todo el derecho a defenderse. Pero además, hay aquí una guerra entre valores. Con todos los déficits que se quieran señalar, Ucrania representa los valores occidentales, y más específicamente los europeos, como son fundamentalmente la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos. Rusia, sin embargo, es hoy un Estado autoritario que representa la negación total de esos valores. Por eso mismo la invasión supuso la casi inmediata salida de Rusia del Consejo de Europa, ya que esta organización internacional se basa precisamente en esos valores.
En este contexto, aunque siempre es deseable la paz, esta no se puede obtener a cualquier precio. No se puede obtener a costa del beneficio del agresor, y no solo por lo que supondría de consolidación de una agresión ilegítima y de las conquistas territoriales de ella derivadas, sino porque conllevaría una grave derrota de esos valores que representa Occidente y Europa. Por supuesto, si esto es así (y no tengo duda de que es así) en cualquier otra situación resultaría inverosímil escuchar al presidente de Estados Unidos decir lo que está diciendo, culpar de la guerra al agredido y negociar a sus espaldas una paz inasumible desde la perspectiva axiológica y moral. Esto solo se explica no porque esté dispuesto a pagar un precio inasumible por la paz, sino más bien porque carece de todo escrúpulo y de todo objetivo que no sea el beneficio económico (real o imaginado) de su país. En suma, porque piensa ganar, no en términos morales ni políticos, sino económicos. Así las cosas, en efecto la paz puede tener un precio, pero ese precio es otro, y me temo que en buena medida le tocará asumirlo a Europa. El precio de la paz es seguir apoyando a Ucrania, no solo con buenas palabras, ánimos y paseos de Zelenski por los Estados europeos, sino también con la aportación de medios económicos y militares que permitan que esta guerra no sea una derrota de los valores europeos. No es el momento de cálculos estratégicos ni de ambigüedades. Es, por este motivo y por muchos más, el momento de que de una vez Europa tenga una voz y sepa estar a la altura.