El burócrata
El burócrata forma parte de una especie siempre en expansión, y que con la implantación de la administración digital no solo no se ha visto reducida, sino que ha aprovechado para seguir creciendo, como la plaga imparable que es. De hecho, el burócrata ha aprovechado muy hábilmente las ventajas que le ofrece la posibilidad de excusarse siempre en lo estrictos que son los programas informáticos, las plataformas, los algoritmos, para así seguir siendo implacable en su tarea de aplicar siempre mil y un requisitos absurdos en contra del ciudadano. Él nunca era el culpable, la culpa estaba en el reglamento, que por supuesto él siempre ha interpretado de la manera que más obstaculice, pero ahora además la culpa la tienen esos programas diseñados tan objetivamente para aplicar las normas siempre del mismo modo, pero ignorando en consecuencia las circunstancias concretas de cada caso.
El burócrata, por supuesto, jamás será un buen jurista. En el mejor de los casos será un profundo conocedor de un pequeño sector del ordenamiento, que aspira un día a saber absolutamente todo sobre nada, y mucho mejor cuanto más bajo sea el rango de la norma; por supuesto, la idea de interpretarla de la manera más favorable al ejercicio de los derechos le parecerá siempre aberrante. El burócrata no conoce otro criterio de interpretación que el de aplicar la norma en aquel sentido literal que más daño cause al desprotegido ciudadano. Por supuesto, siempre será capaz de imaginar una finalidad razonable en aquel ridículo apartado de ese reglamento interno cuyo origen estará lo más alejado posible de la legitimidad democrática, y cuya vinculación al ciudadano será en realidad más que dudosa. Pero esa finalidad “razonable” nunca ayudará al ciudadano, ya que apreciará más cualquier otra, especialmente si le beneficia o le da importancia a él y a todos los burócratas del mundo en su afán por imponer a los demás requisitos, exigencias, formalismos, demostrando su poder y la importancia del cumplimiento estricto de esa resolución, circular, comunicación o cualquier otro texto escrito en lenguaje barroco por alguien afectado por la patología de la mayusculitis, el mismismo y la perifrasitis, entre otras acaso peores. Su lema no es fiat iustitia et pereat mundus, sino applicate absurdam ordinationem et pereat mundus. Tiene la conciencia tranquila y duerme a pierna suelta pensando en lo escrupuloso y cumplidor que es, o incluso en lo hábil que ha sido el encontrar ese subapartado n) del parágrafo 4º del apartado 3 del artículo 423 de aquella resolución, que acaso nadie antes que él leyó. Porque él es uno de los ejemplares más elevados y sofisticados de esa plaga invasora y parásita. (Aclaración final: burocracia aquí se toma en la cuarta acepción del Diccionario).