De guerras
A veces los acontecimientos parecen acumularse para intentar desbordarnos. Hasta ayer, si había que elegir un “tema de la semana”, este sería indudablemente el de la grave crisis del principal partido de la oposición. Pero escribo estas líneas menos de 24 horas después de la última reunión de los llamados “barones” del PP con Pablo Casado, cuyo resultado parecería apuntar a una salida a esa crisis, y ya parece que este hecho es un acontecimiento del pasado, casi irrelevante en los telediarios de hoy, al lado de la invasión rusa de Ucrania. Y así son las cosas: verdaderamente supongo que la que quizá ha sido la crisis más grave, o al menos más pública, que ha sufrido cualquiera de nuestros partidos con opciones de gobierno desde la “descomposición” de la UCD, tenga una relevancia muy secundaria en comparación con la que puede tener este conflicto bélico. Pero, cada uno en su dimensión, son dos conflictos “bélicos” sin precedentes, y me gustaría esta semana decir algo, pues aunque no me siento en esta columna muy “atado” a la actualidad más descollante, a veces parece muy difícil dejarla de lado. Por lo demás, si algo ponen en común ambos conflictos es la hipocresía reinante en muchas personas, y cómo las miserias humanas -que desde luego me sigo negando a creer que sean lo más destacable de nuestra condición- a veces reclaman su protagonismo.
Respecto a la crisis del PP, no tengo por costumbre dedicarme en este espacio a cuestiones que podríamos denominar “de política partidista”, pero todo tiene sus excepciones. Soy un firme convencido de que, dejando a un lado la cuestión de las denominaciones, España, como la mayoría de las democracias occidentales, necesita un partido conservador-liberal fuerte y “sano”, y también, desde luego, un partido socialdemócrata con idénticas características. Por ello una crisis de estas características, que abre a un partido en canal, siempre tiene consecuencias generales. Se atribuye a Bismarck la frase “las leyes son como las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen”, y creo que la idea podría extenderse a la vida política de muchos partidos actuales. Pero cuando los problemas se muestran con obscenidad, es imposible no mirar. El caso es que ha resultado bastante triste ver cómo las mismas personas que aclamaron a un líder hace tan poco tiempo le han abandonado tan rápidamente, hasta el punto de que las palabras más amables que este recibió ayer procedieron del presidente del Gobierno y de Rufián… En fin, sobre Rusia creo que tocará hablar más adelante, por el momento me limito a destacar la pasmosa incoherencia de quienes en su día montaron ruidosas campañas por el “¡No a la guerra!”, y hoy empatizan sin rubor o aplauden la campaña bélica carente de toda justificación, emprendida por quien quizá sea el líder menos democrático de Europa. Ante esto, resulta también deprimente ver las respuestas de occidente, con mucha palabrería y acciones que no parecen condicionar lo más mínimo la posición de Rusia. Es triste ver cómo los valores de democracia, derechos humanos y paz que defiende occidente siguen siendo los más importantes en nuestro mundo, pero las potencias occidentales han perdido toda fuerza y todo protagonismo a la hora de hacerlos realidad. Es como pretender abatir a un dinosaurio con un tirachinas…
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