Camino lebaniego
Siempre que emprendemos camino, buscamos llegar a algún sitio, pero el camino puede ser tan importante como el destino. Con independencia de este destino geográfico, casi siempre el peregrino busca su propio destino personal, y en esta búsqueda conviven con frecuencia motivos religiosos, espirituales en un sentido mucho más amplio, físicos y psíquicos. Peregrino puede ser quien por devoción o voto va a visitar un santuario, pero también simplemente quien anda por tierras extrañas. En Europa, y especialmente en España, muchos caminos conducen a Santiago, pero otros tienen un destino autónomo, aunque acaso muy vinculado histórica y culturalmente con este. Es el caso del camino lebaniego, que tiene como punto de llegada el cuarto lugar sagrado de la cristiandad: el monasterio de Santo Toribio de Liébana. Por allí el Beato escribió sus Comentarios al Apocalipsis, y allí se ubica, según la tradición, el Lignum Crucis, el pedazo de madera más grande de los que se conservan de la cruz de Cristo. Por ello desde la Edad Media, muchos peregrinos a Santiago, ya fueran por el camino de la costa o por el camino francés, se desviaban para ir a Santo Toribio. Así surgieron las tres rutas, castellana, leonesa o valdiniense, y montañesa, sirviendo además esta última, en combinación con cualquiera de las otras dos, como forma de unir esos dos caminos principales a Santiago.
Siempre es buen momento para el camino, este o cualquier otro, pero los años jubilares pueden serlo especialmente. Con independencia de la mayor o menor creencia en las indulgencias plenarias que pueden obtenerse, está bien aprovechar cualquier oportunidad para el reencuentro con uno mismo y con Dios. Hasta abril de 2018 estamos en esta situación, así que hace algunos meses realicé la ruta montañesa, que como ramal autónomo comienza algo más adelante de San Vicente de la Barquera, cerca de Muñorrodero, y transcurre en primer lugar por el valle del Nansa (incluso aprovecha durante algunos kilómetros la preciosa senda fluvial de este río, que sin embargo abandona a mi juicio antes de tiempo), para a partir de Lafuente comenzar a subir de forma espectacular, llegando a la preciosa localidad de Cicera, muy cerca del impresionante mirador de Santa Cecilia, con el desfiladero de La Hermida a nuestros pies. Precisamente a este desfiladero, y por tanto al Deva, desciende en muy pocos kilómetros, llegando a la hermosa localidad de Lebeña, con su discreta pero valiosísima iglesia mozárabe. Aquí se abren dos alternativas, una pegada al desfiladero pero a cierta altura, y otra dando un rodeo por Cabañes. Ambas confluyen cerca de Tama, antes de Potes, muy cerca ya del destino final. Un recorrido espectacular, entre valles y montañas, que se puede llevar a cabo perfectamente en dos etapas y media. Una experiencia inolvidable, al alcance de cualquier persona en condiciones físicas medias, y en condiciones espirituales abiertas y expectantes.