Lo confieso: cuando hace pocos años conocí Buenos Aires, la primera impresión que me produjo fue algo decepcionante. Me pareció una gran ciudad venida a menos y un tanto decaída. Una ciudad que debió ser una preciosa y elegantísima metrópolis hace cinco o siete décadas, pero que se ve cada vez más vieja y peor cuidada. Algo así como una señora mayor que fue muy hermosa en su juventud, pero a la que el paso del tiempo ha ido marcando inexorablemente. Pero pronto me di cuenta de que éste es el encanto de Buenos Aires, lo que le da su personalidad propia y la hace exclusiva. Es esa ciudad creada por italianos y “gallegos”, que siempre ha soñado con ser París, aunque en realidad parece más una Roma sin monumentos o una Madrid modernista y envejecida a un tiempo. No tiene mentalidad ni fisonomía latinoamericana; quisiera ser europea pero tampoco puede. En realidad vive distante de cualquier otro lugar, distante en definitiva de cualquier tiempo. Pero al igual que esa mujer mayor que fue guapa, retiene un atractivo profundamente irresistible, aunque no evidente o explosivo.

 

Esta sensación general se superpone a los concretos lugares y barrios de la ciudad: la Avenida 9 de julio con su aire un tanto retro, la Boca con su inconfundible estilo de pueblo italiano, el cementerio de Recoleta, con su absurdo ambiente señorial, como si tratase de exhibir glorias irremediablemente pasadas; la Plaza de Mayo con su insólita Catedral y la bastante hortera Casa Rosada, y tantas y tantas calles y plazas que conviene pasear tranquilamente. Pero en Buenos Aires mucho más importante que lo que se ve es lo que se siente. Por ello no hay que perderse “la Bombonera”, esto es, la “cancha de Boca Juniors”, uno de los “santuarios futbolísticos” del mundo, y al tiempo el mayor “templo” dedicado al inolvidable “pelusa” Maradona. Ni, por supuesto, una noche de tangos en algunos de los locales tradicionales, por ejemplo el Café Tortoni, donde aún podemos contemplar a Gardel y a Borges sentados en sus mesas, mientras escuchamos historias musicales que nos remiten a lamentos y amores no correspondidos para acompañar al baile más potente y hermoso que existe. Después de eso, esta ciudad que primero me había decepcionado un poco, me envolvió con ese característico manto de nostalgia por volver, que todavía está presente cada vez que pienso en ella.