Bienvenido, Majestad
Este octogenario que vuelve después de dos años separado de su familia y su país, tiene una hoja de servicios a España que muy pocas personas vivas pueden ofrecer. El 22 de noviembre de 1975 recibió los plenos poderes de un jefe de Estado autoritario, pero supo desprenderse de ellos y pilotar la transición a un régimen democrático, descentralizado y garantista de los derechos equiparable a los más avanzados del mundo, y desde luego mucho mejor que ninguno que hayamos tenido en toda nuestra Edad Contemporánea. Supo, luego, defenderlo ante embates tan graves como el intento de golpe de Estado de 1981, y supo en general llevar a cabo la función arbitral y moderadora que la Constitución le encomienda, desde la neutralidad, sin protagonismos, sin estridencias y sin graves errores en su papel constitucional. Y sí, en algún momento ha cometido errores y ha mantenido actitudes poco ejemplares en su vida privada, y otras no carentes de relevancia pública. Si todas las personas que han ocupado cargos públicos de las que se puede decir eso tuvieran que abandonar indefinidamente el país, no sé quién quedaría aquí. Porque conviene recordar que no ha habido ni hay reproche jurídico alguno a nada de lo que ha hecho, ni imputación ni sanción ni nada parecido. Y la inviolabilidad que le protegió durante su mandato, con independencia de que la interpretación que se le ha dado no sea la más acertada o adecuada… en ningún caso autoriza a presumir culpabilidades, ni mucho menos a dar por hechas ilegalidades. Tras muy exhaustivas y prolongadas investigaciones, no hay apreciación alguna que conduzca a esas ilegalidades.
Hay, en España, algunos republicanos, y hay argumentos racionales para defender la República. Por eso me parece bastante triste y mezquino que se recurra a una tergiversación interesada de esta figura a la que tanto debemos como argumento contra la monarquía. Por lo demás, basta un poco de memoria para recordar que algunos de los que hace dos años decían que no podía permanecer en el país, nada más irse dijeron “¡ha huido!”, y lo repitieron durante meses; pero son los mismos que ahora proclaman, como afirmación más suave, que es indigno de volver o que es un caradura por atreverse a hacerlo. El rey emérito es un ciudadano libre, al que este país debe mucho. Puede ir y venir cuando considere. Y un pueblo mínimamente agradecido no debería negarle el reconocimiento que se ha ganado, con sus luces, sus sombras y sus errores, que palidecen al lado de sus méritos. Todavía digo más: casi todos aplaudimos al rey Felipe cuando dijo que la honestidad tenia que estar por encima incluso de consideraciones familiares. Pero si ahora marca distancias con su padre o le pretende apartar o alejar, creo que muchos no entenderemos bien ese gesto cicatero, hoy injustificado.