Bañarse en el Tajo

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No. Yo nunca me he bañado en el Tajo a su paso por Toledo. Aunque por edad pude haberlo hecho unos pocos años antes de que se prohibiera -hace ahora exactamente medio siglo-, la verdad es que no sabría ni nadar, y no recuerdo que me llevaran. Pero ya se sabe que, como en aquella letra de Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Y gracias a tantas fotografías (algunas de las cuales nos recuerda con frecuencia el blog “Toledo Olvidado”) y a tantos testimonios tan próximos, siento esos baños en la playa de Safont, o en otros lugares de las riberas de nuestro río, como un recuerdo extrañamente propio, como una experiencia que de algún modo me pertenece, porque pertenece a la memoria colectiva de mi ciudad. Y me he pasado toda mi vida pensando -¡incluso soñando!- en cuándo llegaría el momento en que pudiéramos volver a darnos un chapuzón en las aguas del río más largo de la península, en la ciudad que de algún modo le da nombre y le identifica mundialmente, con permiso esto último de Aranjuez, Talavera de la Reina y Lisboa. Hoy, quizá menos optimista, me conformo con que esto lo puedan vivir mis hijos y mis nietos, porque no se vislumbra el momento en el que el río llegue limpio a abrazar a la imperial ciudad. Porque hoy, por desgracia, aquellos versos de Garcilaso que proclamaban “con tanta mansedumbre el cristalino/ Tajo en aquella parte caminaba” resultan quizá más lejanos e inverosímiles que los que, un poco más adelante veían “peinando su cabello de oro fino” a una ninfa sacar la cabeza del agua, “do moraba”. Hoy, la ninfa, y cualquiera que se aproxime, tenderá a apartar la cabeza y la vista por el asco que produce un agua que hace demasiado tiempo dejó de ser límpida.

Bañarse en el Tajo

Cuando se conmemoran estos 50 años de la lamentable prohibición del baño en nuestra ciudad, me pregunto cuánto tiempo más tendremos que seguir aguantando estas aguas escasas, espumosas y sucias, por culpa de la inacción o la impotencia frente a la contaminación y el trasvase. Hace medio siglo el signo de los tiempos venía marcado por el desarrollo industrial y la casi nula preocupación medioambiental. Hoy, en cambio, algunas constituciones reconocen incluso derechos a la naturaleza, y en algunos países los jueces han reconocido derechos a los ríos. Y me pregunto qué razón habría para entender que nuestro río Tajo ha de tener menos derechos que el río Atrato (por poner un ejemplo), y los ciudadanos de Toledo y de tantos otros lugares ribereños tengamos que seguir soportando esta infamia. Y me pregunto si dentro de otros 50 años este lugar, como tantos otros en el mundo, seguirá siendo el cauce contaminado que ahora vemos, o volverá a ser aquel río cristalino rodeado del “prado ameno” lleno de flores y sombra, que contempló y describió nuestro poeta más universal. En nuestras manos está.

Bañarse en el Tajo

 

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