Inteligencia artificial

A vueltas con la inteligencia artificial

Es el tema de los últimos meses, y creo que seguirá dando para hablar y escribir durante años. Plantea mil perspectivas y posibles enfoques, y como casi todos los avances tecnológicos, permite una visión ultra optimista, o por el contrario sumamente catastrofista. Hace tan solo unos días participé en un debate sobre la cuestión, que puso de relieve algunas de sus múltiples implicaciones. Yo creo que aún desconocemos hasta dónde pude alcanzar su desarrollo, pero no se puede esperar más para una regulación que establezca sus requisitos y límites. La Unión Europea ya ha dado el primer caso para esa regulación, y eso siempre es positivo. En el debate sobre la cuestión se habla ya de un “contrato social algorítmico”, del transhumanismo que nos remite a realidades complejas en las que el ser humano puede ser mejorado o perfeccionado en múltiples aspectos, pero también de que seremos sustituidos en muchos aspectos por la propia inteligencia artificial, que adoptará muchas de las posibles decisiones que ahora tomamos nosotros.

 

Solo dentro del terreno jurídico ya tenemos asesoramiento legal por inteligencia artificial, y sería posible que muchas decisiones administrativas o jurisdiccionales sean adaptadas mediante esta vía. Por supuesto, la pregunta es si con eso mejoraremos o empeoraremos, y las respuestas dependen del punto de vista de cada quien, y también del grado de optimismo ante lo que pueda suceder en el futuro. Es verdad que muchos estudiosos suponen que esta sustitución reducirá o eliminará nuestra consustancial subjetividad, así como muchos de nuestros sesgos, por ejemplo la tendencia a discriminar. Yo no soy, ni mucho menos, tan optimista. Para empezar, la inteligencia artificial aprende de nosotros y muchos se apresuran a señalar que los sesgos no se eliminarán. Para seguir, no entiendo esa tendencia a equiparar lo “objetivo” con lo justo, y lo “subjetivo” con algo indeseable. Objetividad y justicia no son sinónimos, como ya destaqué hace tiempo. Y, por lo demás, me gustaría saber cómo puede interpretar y aplicar la inteligencia artificial conceptos jurídicos como “discrecionalidad”, o incluso otros tan clásicos como “equidad”. Se dice que la inteligencia artificial será capaz de “simular” sentimientos, pero simular no es tener. Me parece que la empatía es una cualidad específicamente humana, o al menos no trasladable a la IA. No obstante, habrá otros retos no menores que resolver, cómo el de la naturaleza jurídica de la propia inteligencia artificial, de las entidades creadas para utilizarla, y de las creaciones de estas. Si utilizo IA para crear una imagen o una novela, ¿a quién le pertenece? Hemos creado, como Dios, seres ditados de autonomía a nuestra imagen y semejanza. A mí me parece bastante inquietante.