¿A quién representan los diputados?
Es relativamente fácil que muchas personas estén de acuerdo en querer lo mejor y lo máximo posible para su ciudad, su región, su país. Distinto es estar de acuerdo en qué es, en cada caso, lo mejor, y a quiénes benefician medidas concretas. El caso es que el nacionalismo siempre se ha basado en ese tipo de premisas, aparentemente sencillas, y por eso no deja de ser una forma de populismo. Sin embargo, desde la aprobación de la Constitución de 1978, el importante respaldo electoral de algunas opciones nacionalistas en diversos territorios de España ha sido utilizado como forma de presión al poder central para intentar obtener, en todos los ámbitos y especialmente en el de la financiación, el mejor trato para esos territorios. Y se ve que no pocas personas piensan que lo han conseguido, porque no solo las opciones políticas nacionalistas o regionalistas han ido proliferando por toda España, sino que recientemente asistimos al relativo éxito de opciones de carácter provincial y local, cuyo objetivo parece ser el mismo: lograr que “se escuche la voz” de ese territorio, que se le visibilice y, por supuesto, lograr el mejor trato posible en todos los aspectos. Cabe entender esta pretensión, y que en algunos lugares esta logre un fuerte respaldo electoral, sobre todo en esos territorios de lo que han dado en llamar “España vaciada”, cuyos problemas han sido durante demasiado tiempo ignorados por los diversos gobiernos y por la mayoría de los ciudadanos.
Pero creo sinceramente, y con todo el respeto a estas opciones y a sus votantes, que, en términos generales, la generalización de este fenómeno -cuyo auge es por el momento relativamente modesto- traería muchos más problemas que beneficios. Primero porque la maximización de los intereses particulares suele resultar difícilmente compatible con el interés general. Segundo, porque una generalización de este tipo de fenómenos tiene sin duda un efecto disgregador, pero además afectaría de forma muy significativa a nuestro modelo de democracia representativa. Algunos ya han recordado el auge del cantonalismo en la primera república, pero más allá de eso una generalización de representantes meramente “locales” se aparta de nuestro modelo contemporáneo de representación política, en el que la cámara en su conjunto representa a la nación, y evoca la representación medieval, en el que en las Cortes estaban los representantes de las ciudades y no del pueblo, y cada uno miraba solo por los intereses de su ciudad y solo tenía que rendir cuenta a sus representados. Es verdad que si tenemos diputados provinciales es por algo, pero maximizar el localismo no es nunca positivo.