90 años de paradores
En 1910, el Gobierno de Canalejas encomendó al marqués de la Vega Inclán el proyecto de crear una red pública de hoteles de calidad, que sirviera para ofrecer alojamiento a viajeros, al tiempo que ayudase a mejorar la imagen internacional de nuestro país y sus infraestructuras. El turismo todavía no existía como hoy, pero esa iniciativa contribuyó de algún modo a su desarrollo, y fructificó en 1928 con la apertura del primer parador, ubicado en la sierra de Gredos, en el emplazamiento que había elegido el propio rey Alfonso XIII, quien lo inauguró el 9 de octubre. Desde entonces, y con distinta intensidad según los momentos, la red no ha hecho sino ampliarse, hasta situarse actualmente algo por debajo de los cien establecimientos. Entre ellos hay muchas diferencias: encontramos castillos, palacios, conventos, o edificios de nueva construcción; establecimientos en el centro de localidades históricas, lejos del centro, pero con vistas espectaculares de este, o en plena naturaleza; de amplia capacidad o mucho más recogidos… Pero sí cabe identificar, de forma muy notoria, algunas ideas o “estilo común” de los paradores: establecimientos de calidad, confortables, que ofrecen al viajero tranquilidad, relajación, arte, cultura, o naturaleza. Y aunque el formato jurídico e institucional ha variado, hasta la gestión actual a través de una sociedad anónima, siempre se ha mantenido la garantía y la gestión pública, y de hecho la actual sociedad tiene como accionista único a la Dirección General de Patrimonio del Estado. Un modelo sin duda original, pero que ha permitido llevar a cabo una labor de conservación, rehabilitación, e incluso reconstrucción del patrimonio histórico, que muy difícilmente se habría podido acometer íntegramente desde el sector privado.
Estoy aún algo lejos de haberme alojado, o al menos comido, en el casi centenar de paradores, pero reconozco que “completar” ese recorrido es una aspiración o deseo que poco a poco me gustaría ir completando. De los que conozco, ninguno me ha decepcionado, y en general me han permitido disfrutar al tiempo que ampliaba mis conocimientos sobre nuestra historia y nuestra cultura. Es bonito pensar que muchos de estos edificios fueron, como castillos, conventos, monasterios o palacios, testigos de los más variados acontecimientos. Y también que, en su moderna historia como paradores, han presenciado hechos de gran importancia. Por poner un solo ejemplo -que como constitucionalista no puedo omitir- el edificio que se inauguró en Gredos en 1928 albergó, medio siglo después, las reuniones de los siete ponentes para redactar el texto de nuestra vigente Constitución. Hoy una agradable sala con vistas a la sierra, bautizada como “salón de los ponentes” lo recuerda con una placa. Y no es nada difícil imaginar que la tranquilidad del lugar, así como algún que otro chuletón, judiones, y otros suculentos ejemplos de nuestra gastronomía, regados con buenos caldos de la zona, contribuirían sin duda a que se alcanzase el ejemplar consenso…