Vuelven las procesiones
El profesor y ex magistrado constitucional Andrés Ollero, en su voto particular a la sentencia sobre el primer estado de alarma, venía a argumentar que las procesiones de Semana Santa jamás se habían suspendido en ninguno de los estados de excepción que él había conocido en su ciudad de Sevilla; puesto que, como todos sabemos, se suspendieron en aquella difícil y ya casi lejana primavera del año 2020, según él “aquello” no debía ser un estado de excepción. Con independencia de mi conocida discrepancia respecto al fondo, el ejemplo no me deja de resultar llamativo sobre algo que me parece cierto: hemos vivido demasiado tiempo en la excepcionalidad. Hasta tal punto que la excepcionalidad se llegó a convertir en “normalidad”, y a la inversa, ahora esta paulatina vuelta a la normalidad nos resulta ya casi una experiencia excepcional. Así que estoy bastante seguro de que este año, si Dios quiere, muchos viviremos y disfrutaremos las fiestas de forma especialmente intensa, a pesar de que, por desgracia y como bien sabemos, el contexto no ayuda en absoluto. El caso es que estamos a punto de vivir una Semana Santa que volverá a ser bastante “normal”, y esa normalidad, cuando se trata de una reiteración de los mismos actos, de las mismas costumbres y rituales, es la base de la tradición.
Y, desde luego, en muchas de nuestras ciudades, la tradición más propia de la Semana Santa son las procesiones. He escrito varias veces respecto al recurrente debate sobre en qué medida los poderes públicos pueden de alguna manera intervenir en estos actos o apoyar su realización. En mi opinión, el debate no tiene demasiado sentido, porque así como es innegable que una procesión tiene un sentido religioso, no lo es menos que, en nuestra cultura, muchos de estos actos están tan arraigados que su faceta de tradición, costumbre, acto social e incluso folclórico es inescindible de aquella dimensión religiosa. Y aunque es evidente que para algunas personas esa vertiente religiosa es la más importante, o acaso la única importante, para otras esa dimensión puede estar incluso ausente, y no por ello tienen menos interés en seguir y participar en tales actos. Para que no falte de nada, y como es propio de las sociedades plurales, otras personas “pasarán” por completo de las procesiones, sin que les genere interés ninguno. Pero como también es propio de las sociedades democráticas el respeto, nadie puede pretender que su dimensión o forma de ver el acto sea la única o excluyente de otras. Y los poderes públicos deben contemplar estas manifestaciones en su integridad, y por ello cuando su trascendencia o interés social, cultural o tradicional lo justifique, se entiende que como tales puedan participar, eso sí respetando la libertad religiosa individual de cada persona. No es tan difícil… Disfruten de la Semana Santa, cada quien a su manera.
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